Historia de la Hermandad

RELATO Y CRÓNICA VERDADERA DE LA HISTORIA DE LA HERMANDAD DEL ROCÍO DE LA PUEBLA, DONDE SE NARRAN LOS HECHOS ACAECIDOS DESDE LA FUNDACIÓN HASTA LOS TIEMPOS QUE CORREN Y LAS COSAS QUE HAN SIDO PARA MAYOR HONRA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA Y DE SU HIJO UNIGÉNITO JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR Y SALVADOR.

Tiene por verdad el que esto escribe, porque así lo han sentido él y los suyos, que la historia de esta Hermandad, como la de cualquier otra, empieza cuando lo hizo la devoción marismeña a Santa María de las Rocinas. Y cree que la atracción ejercida por las Marismas del Guadalquivir sobre los que moran en sus riberas tiene muy viejas, hondas y fuertes raíces, que en otro tiempo cuajaron en no pocas adoraciones a ídolos paganos; y que hoy ese lugar y el culto a la Santísima Virgen que allí se venera concentra la sacralidad inherente a estas llanuras pantanosas.

Tal vez fueran muchos los años que vieron pasar romeros de la Puebla por los caminos que llevan al Rocío, pero su muda memoria no ha quedado sino en el sentir de las gentes. Y parece que esos recuerdos sean la semilla legendaria de aquel primer grupo de «cigarreros» que un día decidieran dar cuerpo visible a la tradición fundando la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de la Puebla del Río.

Corría el año 1935 de Nuestro Señor Jesucristo cuando José Luís Escacena Fernández, Joaquín Moya García, Aurelio Murillo Casas, Diego Gutiérrez, Manuel Ortega Campos, Francisco García Moreno y Manuel García Moreno, presentaban a Don Francisco de los Reyes Valladares, a la sazón cura párroco de esta villa, la intención de crear en la Puebla una Hermandad para dar culto a la Santísima Virgen del Rocío, Hermandad que residiría en la Parroquia de Nuestra Señora de la Granada y que tendría precisamente a Don Francisco Valladares como primer director espiritual.

Constan en la Vicaría General del Arzobispado de Sevilla, en el expediente que lleva el número de registro 13.979, y de fecha 29 de mayo de mil novecientos treinta y cinco, el Decreto por el cual se aprueba la creación canónica de la Hermandad de la Santísima Virgen del Rocío, de la Puebla del Río, y aprobación de sus Estatutos.

Las intenciones de estos rocieros, a saber, el deseo de «constituir una Hermandad bajo la advocación de Nuestra Señora del Rocío, para contribuir al culto y devoción que a la Santísima Virgen María se tributa en el Santuario de su nombre, sito en el término Municipal de Almonte»… Esta sigue siendo, tras muchos años de peregrinar, la voluntad renovada de la Hermandad de hoy. En tal manera que cualesquiera otros hechos que en adelante pudieren leerse en estas líneas no son más que adorno y envoltura. Sin duda, las vicisitudes que se han producido durante este más de medio siglo de historia robustecen el arraigo popular de nuestra Institución, y adoban de humanidad un hecho teológico tan importante como la consagración del hombre a la voluntad de Dios a través de su Madre.

Cuentan nuestros mayores hermanos que la Hermandad de la Puebla fue apadrinada por Coria, y que, así como había sido norma y ley por mor de la costumbre que muchos cigarreros peregrinasen con esta otra Hermandad antes de disponer de la suya propia, así los primeros pasos de la de la Puebla tomaron la vereda de La Cruz camino de Almensilla, de Bollullos y de Aznalcázar, mas hoy se adentra en vírgenes campos por los carriles de abajo, que bien llevan al mismo sitio.

Acordaron los primeros junteros, a saber los arriba mentados Don José Luís Escacena Fernández, como Hermano Mayor, Don Joaquín Moya, como Secretario, Don Aurelio Murillo Casas, como Tesorero y Don Diego Gutiérrez Núñez, Don Manuel Ortega, Don Francisco García Moreno y Don Manuel García Moreno, como vocales. Como Capellán, Don Francisco de los Reyes Valladares, que la Hermandad tuviese hermanos y hermanas, y un Simpecado con estampa de la Señora, y algunas varas, banderas y estandarte, y un cajón tirado por bueyes; todo pensado para mayor honra, engrandecimiento y culto de la Santísima Virgen. Y así se hizo. La Hermandad dispuso de cuanto arriba se ha dicho en no mucho tiempo, que tan gran desprendimiento hubo entre las gentes del pueblo, ya fuesen ricas o menos ricas y hasta pobres. Pues mas de una vez dieron sus alhajas queridas y de gran valor, por ser de oro o plata y sus medallas y monedas de los mismos preciosos metales, de donde les vino a algunas gran flaqueza para sus haciendas y heredamientos.

Cabe decir que estos nuestros primeros rocieros arriba reseñados se constituyeron en la Primera Junta que tuvo nuestra Hermandad y que se mantuvo durante diez años.

Era esta primera carreta toda de madera, por completo cerrada salvo un balconcito que miraba a donde la yunta, y que era el altar de la Virgen y la hornacina donde se colocaban las pocas velas y menos flores que allí cabían. Y así, la Señora quedaba protegida en su Simpecado de los azares de la peregrinación, ya fuese lluvia o viento, calores o fríos, blanduras o polvo; porque su imagen no sufriese descalabro ni daño alguno. Y aunque el que escribe estas líneas no lo recuerda, ya porque no lo vio con sus ojos, ya porque no le alcanzaron los años para así verlo, tiene por cierto que el dicho cajón lucía sobre el balconcillo donde se colocaba el Simpecado de la Virgen Santísima, un escudo real con estampas del Sagrado Corazón de Jesús a entrambos lados. Y esto lo cree por haberlo leído poco ha en unas cuartillas cosidas de José Luís Escacena Fernández, que son escritas por una sola de sus caras de su puño y letra y de su manera abigarrada de escribir. Y no parece que cuenten mentira ni engaño alguno estos referidos pliegos porque su autor fue antiguo y primer fundador de esta Hermandad, y hoy Presidente perpetuo de ella, y por cierto persona rezadora donde las haya.

También llevaba el susodicho cajón unos dibujos de los Evangelistas, en pintura de muchos y finos colores, y representaban a San Juan, a San Lucas, a San Mateo, también mentado Leví, y a San Marcos, los cuatro que nuestra Santa Madre la Iglesia Católica manda que tengamos los cristianos por únicos y verdaderos, todos con sus atributos, signos y emblemas que les son propios. Y no sabe el autor de estas letras si es éste el orden y seguimiento en que todos los dichos apóstoles de la Fe verdadera aparecían en la carreta, porque si de esta hechura los ha trascrito es sólo por respetar la disposición en que los leyó.

Era el Simpecado más antiguo de terciopelo azul todo por el fondo, y sobre él había una estampa de la Señora, pintada de la mano alfarera de Enrique Orce.

Llevaba también bordados en plata y oro, que hicieran las Salesas Reales, así el Simpecado como las banderas y los frontiles de los bueyes. Y todo lo hasta aquí dicho duró no más de 1945. Porque desde aquí hasta hoy no se ha vito más el antiguo cajón, ni en tiempos de romería ni en otras fechas, de suerte que resta poca memoria de aquellos primitivos enseres, a no ser la que guardan en sus adentros los hermanos mas viejos y otros ancianos del pueblo, que han visto el cambiar de los tiempos. Y así como las tapias de las casas, blancas de cal, se tornan primero verdes y luego negras por el mucho enmohecimiento de las lluvias, y un pan que fue blando vino al cabo a ser todo duro, andando el tiempo lo de plata y la pintura oro, en tal manera que ningún antiguo reconociera hoy su Hermandad a no ser por la leyenda que figura detrás del Simpecado, que con letra doradas dice: «Hermandad de La Puebla del Río».

Llevaba también bordados en plata y oro, que hicieran las Salesas Reales, así el Simpecado como las banderas y los frontiles de los bueyes. Y todo lo hasta aquí dicho duró no más de 1945. Porque desde aquí hasta hoy no se ha vito más el antiguo cajón, ni en tiempos de romería ni en otras fechas, de suerte que resta poca memoria de aquellos primitivos enseres, a no ser la que guardan en sus adentros los hermanos mas viejos y otros ancianos del pueblo, que han visto el cambiar de los tiempos. Y así como las tapias de las casas, blancas de cal, se tornan primero verdes y luego negras por el mucho enmohecimiento de las lluvias, y un pan que fue blando vino al cabo a ser todo duro, andando el tiempo lo de plata y la pintura oro, en tal manera que ningún antiguo reconociera hoy su Hermandad a no ser por la leyenda que figura detrás del Simpecado, que con letra doradas dice: «Hermandad de La Puebla del Río».

Luce ahora la Hermandad una carreta de plata, toda labrada de fino encaje y estilo entre barroco y churrigueresco. De ella tiran dos hermosos bueyes orgullo de la Hermandad, de los mejores que a la aldea llegan, nobles, mansos y obedientes a la voz del carretero. Hay que verlos por la calle Larga, cuando salen las carretas, tan lustrosos y engalanados, cuando lucen sus fajas, sus frontiles y sus colleras de esquilas tintineantes. Y se diría que son miembros importantes de la Hermandad, que de no ser bestias de la naturaleza, podrían hacerse hermanos de ella. Y son estos dos bueyes retintos, de la misma color que, al lubricán de la tarde, toman los candilazos que por la parte de poniente forman las nubes del cielo.

Vueltos a lo que sea la nueva carreta, hay que decir que es obra de los muchos años que desde la posguerra hasta hoy han sido. Porque no toda pudo renovarse de primera y sola vez, sino que aún en los días que corren aumenta su hermosura para mayor honra y devoción de Nuestra Señora y para mayor admiración de las gentes, que son dadas a alabar a Dios y a su Madre con joyas, perfumes y sahumerios, con lámparas, exvotos, flores y frutos, todo cuanto crían los campos y los huertos. Y de ahí les viene tan grande aumento de la Fe como con rezos, jaculatorias, cánticos, milagros, sacrificios y otros actos piadosos cumplidos con las almas o con los cuerpos.

Y las cosas de cada año vienen a adornar más la carreta. Han llegado a convertirla en fino altar, cubierto por un palio de plata que sostienen seis torneadas columnas. Y sobre esta techumbre vuela una paloma blanca que quiere representar al Espíritu de Dios, aunque el pueblo ha venido a confundirla con la mismísima Señora, pues la vitorea como si de ella se tratase. Y estos vítores son muy sentidos tanto en la aldea como por los campos y en el pueblo, porque también en éste se dan a la salida y a la entrada de la Hermandad, más que nada cuando la imagen de la Santísima Virgen nuestra Madre pasea desde su Simpecado por las calles empedradas, y suenan bambalinas o guirnaldas, como quiera que se llaman, y las campanillas del cajón, que hacen levantar la tapa del sentío.

Tienen las dichas columnas y muchos enseres, así las jarras como los candelabros, troquelados o grabados a buril los nombres y apellidos de las personas que los donaron. Y la Señora tendrá en cuenta tan grandes desprendimientos, y velará por ellas en sus días terrenales, y las presentará a su Hijo unigénito en la hora en que abandonaren este mundo. Pero no es voluntad del narrador, poner aquí por escrito sus nombres y apellidos, porque si bien pude hacerlo copiando de su puño y letra los mentados nombres y apellidos que figuran al pie de las columnas y de las jarras y de los candeleros y de otros objetos de valor que tiene la Hermandad para mayor gloria de Nuestra Señora, no caiga nadie en la tentación de pensar que son unos hermanos más que los otros, a saber, los que dieron sobre los que no dieron, porque solo Dios y la Virgen Santísima sepan en los tiempos venideros, cuando todas estas riquezas terrenales hayan pasado, corresponder por igual a los unos y a los otros, como contó mismamente Jesucristo Nuestro Señor, que hizo el dueño de la viña con los campesinos que apalabró para trabajar en ella. Y en esto, como en tantas otras cosas que aquí se dicen, el que escribe no hace más que respetar el sentir de quien redactó los papeles que han inspirado sus ideas y el vetusto estilo en que están expresadas.

Y porque no conviene acabar esta parte de la historia que aquí se cuenta sin hacer mención de algunas otras cosas que son propias de la Hermandad del Rocío de La Puebla, hay que añadir, tocante a la casa que la dicha Hermandad tiene por suya en la aldea, que ésta linda con la madre por la parte de atrás, donde tiene postigo cerrado con cancela de hierro y candado, y tiene esta casa patio soleado, y en él un pozo de agua fresca y unos cuartos escusados con sus retretes, así para hombres como para mujeres, cada uno en su manera. Y tiene también cocina, no muy grande, y dentro de la casa, que antes fuera choza, otros cuartos de variadas formas y tamaños, que sirven de posada a los romeros en días de Pentecostés. Hacia la parte de afuera está la capillita donde se guarda la carreta de la Virgen y el Simpecado, rematada por espadaña, alta y con campana de bronce, que suena con toque entre grave y agudo. Y a la parte de la izquierda según se mira a la dicha casa desde el lado del acebuchal, está otra que dicen de Umbrete, paredaña a esta de La Puebla, y bien parecida y en todo muy semejante a la nuestra.

Como arriba ha quedado dicho, la casa mentada fue antes choza, muy fresquita para las calores del estío, y tenía las pareces de sacos encalados, como es la manera de construir las chozas en estas marismas, y el techo todo de castañuela, hierba abundante donde las haya en los lucios de la madre. Y fue la dicha choza comprada para la Hermandad en el año del Señor de 1951, sirviendo de morada a los peregrinos hasta el 1954. Y este año empezose a labrar la nueva casa, toda de ladrillo y techos de viguetas y bovedillas, al estilo moderno en que hoy en día se labra. Y es la casa de una sola planta, sin sobrado, sin que aún se haya terminado de levantarla por entero por faltar algunos detalles y ampliaciones y mejoramientos. Y tiene la dicha casa encima de la capilla un azulejo de loza de Triana que reza: ‘HERMANDAD DE LA PUEBLA DEL RIO», por así distinguirla de otras casas que son en ese pago que dicen del Acebuchal y porque así sea encontrada con gran facilidad y premura por los hermanos de la Hermandad o por otros romeros que a ella quisieren llegarse.

Y por no faltar en mucho a los folios escritos que han servido de norte a estos otros, debo volver donde dejé la planta y figura de la carreta que hoy tiene esta Hermandad, porque de ella se pavonean sus hermanos en los tiempos que corren, a sabiendas de que es bien distinta de aquella primera antes mentada, tan poco recordada que ni siquiera hay memoria de dónde se encuentren sus restos. Tiene esta otra de ahora una forma que parece pura filigrana. Rematan los extremos delantero y trasero del palio sendos medallones repujados en plata. Y se cuenta en uno la aparición de la Virgen al cazador, por la parte de fuera de la carreta, y por dentro haya una Santísima Trinidad; y en otro que mira a la parte de atrás, se representa la venida del Paráclito al Sagrado Colegio Apostólico el domingo de Pentecostés por una cara y el escudo de La Puebla por la opuesta.

El simpecado de hoy tiene toda la margen por entera repujada en plata, y en el centro un óvalo donde está la imagen de la Señora, en talla exenta y representada lo mismito que la vemos en su Santa Ermita de Las Rocinas, sobre la luna y con el Divino Pastorcito en los brazos. Y tiene corona y orla de oro fino, del más puro que encontrásemos pueda, y hechas por platero de manos diestras. Y la orla representa la que hoy luce la Santísima Virgen en su templo, y no la que en otros tiempos tuvo y conserva en su tesoro, que semejaban los rayos del mismo astro sol, como candelas encendidas. Y va la Virgen del Simpecado por completo vestida con las telas que les son propias, y con las hechuras y vestimentas que convienen a la Madre de Dios, según es costumbre en esta nuestra Andalucía desde tiempo inmemorial. Y debajo de su cintura muestra la Señora en su Simpecado un sello de oro que fue presente de la Hermandad de Málaga, porque en su día hubo emparejamiento y amistades entre las dos dichas Hermandades, de donde en el mentado sello figura mismamente el escudo que tiene por suyo la antigua y noble ciudad de Málaga. Y más por debajo de este símbolo una granada también de oro puro, sobre los cuernos de la luna, que quiere recordar el fruto del mil granos, seña de la ciudad de Granada, antigua capital de infieles y hoy cristiana por los afanes de la reina católica Doña Isabel de Castilla.

Y en lo que puede decirse de otros menesteres y azares de esta Hermandad de La Puebla, cabe añadir muy poco para no eternizar estas páginas, que sólo Dios es eterno y es pecado capital tentarle como lo hiciera el demonio. Y así quiere este narrador poner por escrito que la Hermandad ha tenido muchos y distintos junteros, todos elegidos por los hermanos en cabildo, y no es cuestión de mentarlos aquí por sus nombres y por sus apellidos, por cuanto lo que hicieron o dejaron de hacer consta en los correspondientes libros de actas que esta Hermandad tiene guardados bajo llave de la que vela el Secretario, y porque nombrando a unos y dejando a otros en el olvido, provoque sin así quererlo disputa o querella en quien se sienta herido por no leer con sus ojos su nombre escrito en estos folios.

También figuran en los dichos libros los varios directores espirituales que han sido de esta Hermandad en el correr de los años, todos párrocos de la Parroquia de Santa María de la Granada de esta villa, la única que hasta el día de la fecha hay en este pueblo. Y es fama que estos directores espirituales han atendido los requerimientos de la Hermandad, celebrando oportunamente los cultos y los rezos a los que las antiguas reglas de esta Hermandad obliga, ya fueren misas, rosarios o procesiones.

Esta historia debería terminar contando otras cosas que a esta Hermandad han pasado en sus largos años de vida. Pero por no cansar al lector, este narrador ha tenido por bien concluir en este punto, porque tiene por menos importante lo que queda y porque su esfuerzo por recordar y anotar ha llegado al cabo. Querría haber contado los pormenores de las romerías, tan afamadas que han dado letra a cancioncillas que el pueblo canta; pero, como no tiene nada más que añadir, prefiere invitar a cuantos leyeren estos párrafos a que vivan el Rocío con la Hermandad de La Puebla y gocen en sus espíritus y en sus cuerpos los sabores de la romería, andando con el cajón al paso de sus bueyes, rezando con sus hermanos en las noches claras de primavera, y volviendo al mundo después de siete días sagrados con la mente puesta en lo que se dejó y en lo que ha de venir, siempre lo mismo y siempre distinto, como la historia de cualquier Hermandad, con el consuelo mientras tanto de releer las páginas de esta historia: «Tiene por verdad el que esto escribe, porque así lo han sentido él y los suyos, que…